Análisis basado en el trabajo del Dr. Evan Ellis, PhD, CSIS.
Diariovision.do La reciente postergación de la Cumbre de las Américas hasta 2026, originalmente prevista para celebrarse en República Dominicana, ha generado discusiones comprensibles en los círculos diplomáticos de la región. Pero más allá de la logística y del simbolismo internacional, este aplazamiento ocurre en un momento histórico que exige claridad estratégica. América Latina está experimentando una reconfiguración profunda en sus orientaciones políticas externas, y esa realineación presenta tanto oportunidades como riesgos. Lo que está en juego no es la ceremonia de una cumbre, sino la arquitectura del futuro hemisférico.
Como sostiene el analista hemisférico Dr. Evan Ellis (CSIS), hoy vemos en el continente un número excepcional de gobiernos interesados en cooperar constructivamente con los Estados Unidos. Sin embargo, esta tendencia no es fruto directo de la política estadounidense, sino de la creciente desilusión de los pueblos latinoamericanos frente a los resultados de proyectos populistas y seudo-socialistas que fracasaron en garantizar seguridad, crecimiento y dignidad social.
En otras palabras, la región no está girando hacia Washington; está huyendo del fracaso.
República Dominicana destaca en este contexto por una razón central: mientras muchas naciones han enfrentado crisis políticas internas, colapso institucional, explosiones inflacionarias o deterioro extremo de la seguridad ciudadana, el país ha mantenido una orientación estable, responsable y pragmática.
La administración del presidente Luis Abinader ha logrado equilibrar intereses: cooperación estrecha con los Estados Unidos en seguridad, comercio y lucha contra el crimen organizado; defensa de la soberanía nacional frente al colapso del Estado haitiano; y diversificación económica sin caer en dependencia estratégica hacia potencias extracontinentales.
Sencillamente: el país ha sabido navegar aguas difíciles sin perder rumbo.
En un espacio regional en el que gobiernos han oscilado entre discursos antiimperialistas y pactos opacos con China, Rusia o Irán, la República Dominicana ha sostenido una política exterior basada en estabilidad macroeconómica, instituciones funcionales, apertura comercial y cooperación hemisférica.
La reorientación política regional se explica por fatiga, no por ideología.
Argentina eligió a Javier Milei tras el colapso del modelo clientelista peronista; Ecuador respaldó a Daniel Noboa para evitar el regreso del correísmo; Bolivia se distanció del ciclo Evo Morales–Arce por corrupción e inestabilidad; Chile se inclina hacia José Antonio Kast tras el giro radical de sectores de la izquierda; y Colombia observa con preocupación los resultados del experimento de Gustavo Petro en seguridad y narcotráfico.
Este cambio también se refleja en Centroamérica: Guatemala, Costa Rica, Belice y Panamá mantienen cooperación directa con Washington; El Salvador articula lucha contra pandillas y crimen transnacional; México, aunque gobernado por una izquierda populista, debe cooperar por dependencia económica. Solo Honduras y Nicaragua permanecen atrapadas en proyectos políticos de captura partidista del Estado.
La consecuencia es clara: aislamiento, fuga de capitales y erosión democrática.
El hecho de que muchos gobiernos estén hoy abiertos a la cooperación con Estados Unidos no significa que prefieran a Estados Unidos. Significa que sus ciudadanos están castigando el fracaso interno. Si las democracias de orientación abierta no producen resultados visibles —empleos, seguridad, oportunidades— el péndulo puede volver a girar.
Y si gira, esta vez no será La Habana quien capitalice el desencanto —será Beijing.
China no pide reformas democráticas, no condiciona préstamos, no exige transparencia, y no pregunta por derechos humanos. Ofrece cheques, obras y aparente pragmatismo. Pero detrás de cada puerto, carretera o proyecto de telecomunicaciones, hay influencia estratégica, dependencia y pérdida progresiva de autonomía nacional.
La República Dominicana ha logrado evitar ese camino. Debe seguir haciéndolo.
La postergación de la Cumbre no debe interpretarse como retroceso. La República Dominicana no perdió prestigio ni voz. Lo que ocurrió es que Washington está revisando su arquitectura hemisférica completa y concentrará más energía en alianzas estructurales. En este momento, Estados Unidos necesita aliados democráticos confiables en el Caribe. La República Dominicana es uno de los más importantes.
Lo que el hemisferio necesita ahora no son discursos antiimperialistas vacíos, ni proyectos progresistas que en realidad blinden élites corruptas, ni alianzas con potencias que condicionan dependencia. Lo que se requiere es: instituciones fuertes; estado de derecho; seguridad ciudadana y fronteriza; economía abierta con protección al trabajador; política exterior basada en intereses, no slogans.
República Dominicana no debe escoger entre Estados Unidos y soberanía. Debe escoger entre instituciones sólidas o captura política del Estado; modernización o clientelismo partidista; crecimiento inclusivo o dependencia extranjera; integración hemisférica o aislamiento.
Hoy, como señala el Dr. Ellis, la región ofrece una ventana estratégica única, pero no durará. La oportunidad es real. La responsabilidad también.
La República Dominicana debe continuar afirmándose donde siempre ha sido más fuerte: del lado de la estabilidad, la institucionalidad y la apertura democrática.
El futuro hemisférico se está definiendo ahora. Y la República Dominicana está en la mesa, no en el menú.
El autor es exdiplomático estadounidense y analista en temas de gobernanza y seguridad hemisférica.




